Por: Ricardo Escalante
Con alguna dosis de sabiduría, un dicho popular reza que las comparaciones son odiosas o terminan por serlo. Pero, por supuesto, eso nunca podría ser tomado como un axioma porque son abundantes las disciplinas y las circunstancias en las cuales ellas son necesarias y hasta indispensables para llegar a conclusiones definitivas.
Nada en política, por ejemplo, podría ser calificado de bueno o malo si no se le compara. Y eso nos permite llegar a la dramática afirmación de que los latinoamericanos somos por regla general tozudos. Nos cuesta aprender de nuestros errores y no siempre los admitimos, de lo cual los venezolanos somos hoy la mejor o, tal vez, la más grave demostración.
Por eso, mis queridos lectores, hoy apelo a una comparación, para decir que México y Venezuela transitan por caminos opuestos. Mientras uno avanza de manera sostenida hacia una economía cada vez más robusta y hacia la rectificación de la enorme lista de vicios cometidos por el PRI en su larga etapa de hegemonía, el otro está anclado en el caos y la injusticia sembrados en los 14 años del gobierno autoritario de Hugo Chávez Frías.
El Presidente Peña Nieto ascendió al poder de manera admirable, rompiendo lanzas contra lo que parecía imposible: La histórica corrupción mexicana. Sin que se le aguara el ojo introdujo una reforma al sistema educativo para acabar los vicios sindicales encarnados por una antigüa aliada del PRI, Elba Gordillo, y la llevó a la cárcel, de donde al parecer no saldrá en mucho tiempo. El legatario político de Chávez, por el contrario, sigue rodeado por la camarilla de pillos que ha usufructuado a su antojo el Erario. Diosdado Cabello, Rafael Ramírez, la familia Chávez y otros, continúan como si nada hubiera pasado. Nicolás Maduro es un preso de la corrupción y él mismo tiene sus manos contaminadas.
Cuando apenas tenía unas pocas horas en la presidencia, Peña Nieto anunció un programa de reformas profundas mediante un acuerdo con los partidos de la oposición, para modernizar el país y estimular el desarrollo. Esa buena demostración de respeto a la pluralidad de las ideas, fue presentada con el nombre de Pacto por México. En Venezuela, por el contrario, se pretende acallar a la disidencia acorralando diputados y amenazándolos con prisión, silenciando medios de comunicación y con bandas del terror en las calles. El elemental discurso de Maduro sigue la aburrida cartilla de Chávez: la lucha contra la oligarquía y el imperialismo y, como decía Stalin, contra los “enemigos del pueblo”.
El ambicioso programa de reformas planteado por Peña Nieto –que compromete a la oposición en un calendario- contempla, entre otros aspectos, el controversial tema de la apertura de Pemex. La incorporación del capital privado le dará no solo dinamismo a la empresa, sino que acabará la venta de cargos y otras formas de corrupción que la han hecho ineficiente por años. En Venezuela, por el contrario, la industria petrolera es manejada como un centro de activismo político sin control de ningún género, que ha servido para enriquecer al ministro Rafael Ramírez y a otros personajes fundamentales del régimen. Por eso todo es centralizado.
Estas son apenas algunas pocas cosas que ilustran las direcciones en que México y Venezuela se mueven. Huelga, por supuesto, expresar simpatías por el proceso de cambios mexicanos y, a la vez, desear un terremoto político que cause milagros en Venezuela.
Texas, USA
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